EL PRECIO Y LA RECOMPENSA DEL PERDÓN

EL PRECIO Y LA RECOMPENSA DEL PERDÓN

Escrito por Ruth Avendaño

 

Hablando llanamente acerca de la infidelidad de un cónyuge puedo decir que es un evento devastador, es como recibir un golpe de muerte, nos quedamos inmóviles en el suelo pensando que moriremos.

  • Conlleva desilusión al pensar en los juramentos hechos en el altar, los cuáles ahora quedan en el aire y pasan a ser solo palabras vacías así como la expresión en los ojos de quien las dijo. 
  • Así mismo el sentirse traicionada por la persona en quien más se confiaba habiéndose considerado alguna vez el mejor amigo que se hubiera podido tener jamás.
  • Los proyectos futuros, los sueños de envejecer juntos, todo queda roto.

 

Creo que debido a mi amor por quien fue mi esposo, fui la última en darme cuenta de su infidelidad o quizá en el fondo de mi corazón lo sabía desde antes, pero tenía terror a liberar una verdad tan estremecedora, ni siquiera quería pensar en la posibilidad de que sucediera.

Los últimos dos años que vivimos juntos fueron muy difíciles para mis hijos pequeños y para mi, buscando siempre la manera de conservar la paz, pero nada resolvía el conflicto, las mujeres de la iglesia me apoyaron en ayuno, oración, guerra espiritual, intercesión, pero nada derretía el corazón de hielo de él.

 

Sin embargo, en todo ese tiempo sin darme cuenta Dios me estaba dando una clase privada acerca de Él y su palabra, en tiempos viejos oraba, leía la biblia, pero ahora debido a mi angustia, el orar era en todo tiempo, aún en medio de la noche me despertaba y estaba orando, declarando las promesas de Dios. 

Una mañana después de dejar a los niños en la escuela volví a mi casa y empecé a orar en la sala, me paré en una esquina y solo lloraba suplicando, de pronto el ambiente cambió, no se como explicarlo, pero vi a un ángel enorme detrás de mí, él tenía su mano sobre mi hombro, sentí mucha fuerza en mi alma.

En la noche al estar sola en mi cama volví a orar y entregar el día de ayuno, ya eran varios meses haciendo lo mismo, leí mi biblia y me encontré con una escritura que me aterrorizó:

 

Porque tu Creador es tu marido su nombre es el SEÑOR Todopoderoso. El Santo Dios de Israel es tu Salvador. Él es conocido como el Dios de todo el mundo. Eres como una esposa abandonada y angustiada como una esposa todavía joven, aunque rechazada.” Isaías 54:5-6

 

Dejé mi biblia a un lado y lloré como nunca antes, pero mi Jesús, mi dulce Jesús me habló como solo él sabe hacerlo, me dijo: “Ya basta Ruth, no más ayuno, necesitas estar fuerte para lo que viene, nadie te podrá hacer frente, ni un cabello de tu cabeza será dañado,” yo respondí, “¿ya no quieres que siga guerreando?” -”No más, él ya no me escucha a mí y tampoco te escuchará a ti”

No entendí lo de mi cabello que no sería dañado y tampoco quería que mi Creador fuera mi marido.

Lloré hasta que me quedé dormida, sin entender porqué Dios no me daba el “milagro” que le pedía con tanta fe. Tuve un sueño en donde yo estaba postrada pidiendo un milagro sobrenatural, mi Padre Dios, mi Papá me tomó de la mano y mirándome con esos ojos llenos de amor me dijo: 

-“Me duele el corazón tanto como a ti, pero aunque yo lo muela a palos, él no va a entender.”

-”Yo no no entiendo Papá pero decido confiar en ti.”

Al día siguiente, él se puso tan agresivo, fue cuando recordé lo que Dios me había dicho, “Ni un cabello…” en medio de la gritería yo quería decir algo, pero mi amado Espíritu Santo me dijo “Tranquila, aquí estoy, no digas una sola palabra.” 

Mis niños de 6, 7 y 8 años lloraban mientras su padre vociferaba contra mí amenazas y toda clase de improperios. Esa misma semana decidí que era el momento de irnos y así lo hicimos.

 

Dios nos sacó en brazos y nos llevó a una casa que Él había dispuesto para nosotros. Ahora debía enfrentar todo esto yo sola, ¿Qué les diría a mis hijitos acerca de la ausencia de su papá? ¿Cómo pagaría yo sola la educación de mis hijos? ¿Y los gastos de todo lo demás? La lucha ahora fue para la sanidad de mi alma y de mis hijos, también para confiar en Dios para todo.

Empezamos nuestra nueva vida, me parecía que era un mal sueño, pero la realidad me golpeaba cada mañana. ¿Qué voy a hacer ahora Papá? le pregunté a mi Dios, ¿Y porqué no me lo preguntas, pero me incluyes? me respondió mi Padre. 

Iba a dejar a los niños a la escuela y volvía a mi casa llorando, en una ocasión yendo en el autobús una desconocida me puso la mano en el hombro y me dijo, “esto pasará también amiga, no es para siempre” solo dije “gracias”.

Pasaron los meses que se convirtieron en años en los que he visto la manera en que Dios nos ha amado tanto, nos ha defendido, ha suplido, nos ha honrado, nos ha probado, les enseñé a mis hijos que Dios es su papá y aunque ha sido doloroso para ellos entenderlo, terminaron aceptando que en realidad Dios sí es su papá, lo fueron madurando hasta hoy.

Pero aún estaba faltando algo en mi alma, durante los tres primeros años, yo no podía ir a ninguna boda, no podía escuchar canciones de esposos cantando para sus esposas porque revivía el dolor de la soledad que yo estaba viviendo, había decidido perdonar renunciando a la venganza, era fácil decirlo pero hacerlo requería que yo solo pusiera mi vista en los ojos de mi dulce Jesús y de ninguna manera los apartara de allí, yo no podía entender esto último, luchaba con el dolor y el miedo, había noches que tenía tanto miedo que apuntalaba la puerta de entrada de mi casa y daba vueltas en mi cama pensando que mi ex esposo vendría a matarnos. Fue hasta que levanté la vista de toda la escoria en la que yo misma estaba sentada y vi a mi Jesús allí en el Huerto de Getsemaní llorando por mí, orando por mí, pidiéndole al Padre que me guardara para que yo fuera uno con Él así como Él y el Padre. 

Me levanté de mi cama llorando de emoción, volví a mirar a mi Jesús, pero ahora me sonreía, realmente yo no podía comprender cómo es que Él tan santo, tan puro, Dios mismo, podía orar hasta las lágrimas por alguien como yo. 

Le pedí su gracia para perdonar todos los días y a veces cada hora, Él lo ha ido haciendo paso a paso mientras le explica a mi alma acerca de su amor que no se consigue en otra parte, solo con Él, terminé verdaderamente enamorada de mi Dios, mi alma entera depende de Él y de su amor, no me avergüenza decirlo.

Al ser probada en el fuego aprendí a preguntarle cuando tengo dudas, a decirle todo lo que siento sin ocultar absolutamente nada,  a creer que Su palabra va empeñada con Su Ser, que Él quiere ser parte de todo lo que es mi vida, yo se lo he permitido, a veces voy platicando con mi Jesús en la calle y le digo, “¿Y si compramos ese vestido, cuál es más bonito?” “Mira mi Señor ya viste los azahares, huelen delicioso”, proclamo Su palabra, porque Él me enseñó en la intimidad de las lágrimas y la rendición.

El perdón que otorgué no fue gratis para mí, tengo las cicatrices de las heridas, pero ya no duelen, puedo orar y bendecir a quien me traicionó, hasta le di un abrazo de año nuevo y lo bendije. 

Esto lo aprendí de ver a Quien amo allí en la cruz en medio de tanto dolor, escarnio, vergüenza, abandono, tristeza, y no se que tantos sentimientos más, diciendo “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen”

Han pasado 18 años, soy dichosa porque Cristo lo consiguió para mí, pagó un precio muy alto. “Salga el sol por donde quiera, Él me ama…”

 

Preguntas de REFLEXIÓN

 

  1. ¿Has probado la fidelidad de Dios cuando estás pasando por el fuego de la prueba?
  2. ¿Está condicionado tu perdón hacia los demás?
  3. ¿Cómo es el perdón de Dios?
  4. ¿Puedes permitirle a Dios hacerte dichosa?